Quisiera poder esconder el elefante en la sala de la televisión…los ojos opacos pueden ver a través del hueco que llevo en el pecho. ¡Estoy rota!, lo declaro, lo digo en voz alta con mis brazos extendidos ¡Estoy rota!…Nadie tiene oídos para mí, viven adormecidos con sus artefactos individuales…las lágrimas descienden por mis mejillas, sin que a nadie le importe en este tren saber qué tan saladas son. No sé como detenerlas. Recuerdo llorar en tus brazos, temblando, por vez primera sintiéndome única …exhausta, tuya. Me veo reflejada en el cristal de la ventana, en el río, en las gafas del anciano que duerme al frente.

Nadie sabe mi nombre, nadie sabe quien soy…nadie sabe de la ira-pasión-desilusión-amor que guarda mi corazón, ¡me alegro!, nadie sabrá cuando me haya marchado… he empezado a tejer mi capullo para ahí disolverme. Caras blancas, negras y azules son testigos de mi deseo de disolución, sin que a ellos les afecte en un pestañeo. No me miraran, no tienen corneas para ello…viven ahogados en su vida de oveja-de temor de sobresalir-de hacer lo que se les pide- de aburrimiento elegido-de ir de compras los Domingos-de hacer el amor como perros.

¡Estoy rota!¡Estoy cansada! Lo grito esta vez…Esta es mi estación, amablemente pido permiso para salir, he despertado al anciano con mi movimiento, su mano me toca la mejilla y entre sus dedos sostiene una lágrima, se la lleva a la boca…moja sus labios con ella…Salgo aterrorizada del tren, el anciano me ha escuchado. ¡Pronto!…tengo que terminar mi capullo, pronto me disolveré.